Entre el reto y la esperanza.

Arranca el 2020 con grandes retos sociales, económicos, culturales y ambientales en México. Nuestro país apenas empieza a entender otra manera de construirse, transformarse y enfrentar la realidad: somos una gran nación con desafíos éticos inmensos, porque en nuestro deterioro político y social de los últimos 50 años optamos por ignorar las desigualdades y el dolor ajeno, aprendimos a escondernos de nuestros miedos colectivos, a desconfiar de todo y de todos, a ignorar y maleducarnos, a criticar y a opinar de manera destructiva, sin propuesta ni alternativa; nos hacemos presentes con desconfianza y sobrevivir a la incertidumbre se volvió costumbre; terminamos por aceptar que el fin justifica los medios y optamos por no hacer uso de nuestro derecho a decir la verdad; olvidamos cumplir nuestras promesas y dejamos de valorar la honradez, la amabilidad y la compasión.

En resumen, se nos fue la fe en nuestra capacidad de ser humanos y nuestra esperanza en un mañana mejor. Aún y cuando el fenómeno es mundial, los pueblos terminaron el 2019 replanteándose muchas realidades lacerantes que, de algún modo, es indispensable transformar. De ahí que la ética vuelva a ocupar un lugar esencial para el bien vivir y el mejor hacer. Pero ¿Cómo retomar los valores que se requieren para afinar nuestro comportamiento social?. La tarea debe ser simple y accesible para todos.

Por ejemplo, podemos empezar por limpiar y ordenar nuestro entorno inmediato, el físico y el espiritual: revalorarnos a nosotros mismos y mostrar nuestra mejor versión como personas humanas, puede ser un buen punto de arranque. Después, encontrar una oportunidad para demostrar nuestra capacidad para ser buenas personas: nuestros padres, hermanos, hijos, amigos, compañeros de trabajo: siempre habrá quien nos necesite con urgencia y a veces nuestro apoyo puede ser no más que unas palabras de aliento, un saludo, una sonrisa franca.

Entender las luchas de otros, sus reclamos, a veces justos y otras lejos de nuestro punto de vista, nos permite entender realidades diferentes, si bien contrastantes, necesarias para comprendernos, acordar y conciliar. Ese espíritu nos ayudará a superar los recelos cotidianos y la intranquilidad que desde nuestra intimidad le vamos generando al mundo. Siempre pensar en el otro y en sus necesidades, nos permite comprender en dónde están nuestras propias oportunidades.

Compartir en lo emocional y en lo material, alegrías y recursos, nos hará siempre mejores personas: demos siempre un poco más de lo que suponemos que podemos dar. Aprendamos cosas nuevas, visitemos nuevos lugares, intercambiemos puntos de vista con los que piensan diferente, oigamos otras voces para entender su argumento, aunque no lo compartamos. Cantemos otras canciones, bailemos otras músicas, comamos otras cosas, compremos diferente y de preferencia dejemos de comprar y empecemos a fabricar, a sembrar, a cultivar para nosotros y para los demás. ¿Y si empezamos el año confiando más en nuestra capacidad como mexicanos para construir el país que soñamos?.

No depende de gobernantes o potentados que las cosas realmente cambien, sino de nosotros mismos, de nuestra voluntad por asumir nuestra propia responsabilidad. Caminemos hacia la liberación de la conciencia. Me propongo hacer lo que esté en mis manos y sería genial si tu lo intentaras también.

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