¿A qué se va a la universidad?

Aunque la pregunta parece dirigida a la comunidad estudiantil, en realidad debe plantearse a toda persona que conforma una Institución Educativa de nivel Superior (IES); como es el caso del personal administrativo, el alumnado y particularmente al profesorado.

Este cuestionamiento nos pone de frente ante el propósito y rol que desempeña la comunidad académica, dentro y fuera de las aulas; la función que se cumple, la responsabilidad que se asume y el perfil que se exige, para comprender el proceso de enseñanza y la efectividad de la praxis docente.

Por supuesto que cada IES está definida por su modelo educativo y ello implica la extensión de identidad a través de la práctica académica; por ello las Instituciones Educativas orientan a sus docentes en el proceso de enseñanza que le debe dar ese marco identificador. Aunque la realidad es que, a falta de contratos de exclusividad, la docencia en términos generales se asume desde lo personal.

Para las IES la enseñanza es fin y función sustantiva de las mismas, mientras que para el profesorado la docencia es una opción de trabajo remunerado; esto implica que habrá profesionistas que asuman que la práctica docente constituya su fuente de ingresos, sin que ello disminuya un verdadero interés y vocación profesional, pero a la Universidad no solo se va por una obligación laboral, existen otras motivaciones que podrán ser identificadas en las evaluaciones que aplican las instituciones que así lo hagan.

Entre las motivaciones intrínsecas, extrínsecas, laborales o del aprendizaje que se ven reflejadas en la práctica docente y que aluden a la pregunta principal de este texto, puede decirse que:

El profesorado que labora en la Universidad asiste porque comprende que es un ejercicio de especialización en un campo de formación profesional, dado que la práctica docente en cada asignatura exige conocimientos y habilidades específicas de un área, sumando los aspectos técnicos o científicos que requiere.

Quien es docente, seguramente ha identificado la posibilidad de convertir la enseñanza en objeto y práctica de la investigación, bajo la perspectiva de enseñar lo que se investiga e investigar lo que se enseña.

Desde la docencia se adquiere consciencia de la función social de las Universidades, en el sentido de orientar las planeaciones didácticas para crear, propagar y desarrollar conocimiento, así como de asumirse como instrumento para lograr encaminar a las nuevas generaciones de profesionistas como eje medular del desarrollo social. Esto supone que el profesorado esté consciente de las implicaciones histórico-sociales que conlleva el ejercicio de la enseñanza.

En la Universidad no solo aprende el alumnado ya que la práctica docente permite desarrollar competencias, que otros campos laborales probablemente no lo logren, como comunicación clara y segura, actitud entusiasta, empatía con nuevas generaciones, vinculación clara entre la teoría y la práctica de áreas de conocimiento específicos, reconocer la diversidad de contextos, entre otras.

Las y los docentes deben ir a la Universidad a ejercer su función como agentes activos en la generación de riqueza basada en el conocimiento, y el concepto de riqueza debe ser entendido en el sentido más amplio y no solo en lo económico. Se debe cambiar la visión reduccionista que cada sector construye sobre la labor docente porque existen más razones por las que se asiste a laborar como docente que las de formar profesionistas.

Kélmic Hernández Arreortúa
Rectora de la Universidad José Vasconcelos