El impacto multiplicador de la Inversión en la Educación Superior

Fundaciones, organismos internacionales, bancos, gobierno, empresarios, benefactores, asociaciones civiles.  Apoyan a la educación convencidos de que es la mejor de las inversiones pero, ¿realmente lo es?.

Para explicarlo mejor, me permito señalar el siguiente ejemplo: Imaginemos que tenemos un millón de pesos con la libertad de elegir en qué gastarlo, deseando hacer el mayor bien podemos pensar en construirle una casa a una familia necesitada, comprar una ambulancia, comprar despensas y llevarlas a una población marginada, comprar los insumos para dar de comer a indigentes por algunos meses, comprar insumos para un albergue, comprar juguetes para un orfanato, en fin, lo que seguramente observaremos es que sobran necesidades y necesitados, sin embargo, no todas las acciones tienen un efecto multiplicador, es decir, todas las acciones que he enunciado hacen un bien, pero con un impacto social limitado por el tiempo, su impacto dura la vida útil de los objetos adquiridos.

Sin embargo, ese mismo millón de pesos invertido en la educación superior, tiene un efecto multiplicador, ya que su impacto no está limitado por el tiempo sino que tiene una aplicación directa en la formación de personas, en la formación de profesionales, lo cual, prontamente mejora los resultados en los diferentes sectores productivos, hace que crezca el talento humano y la competitividad, mejora la calidad de vida individual, además fortalece a una comunidad y hace que el tejido social se robustezca y se construya de manera constante.

Partiendo de lo anterior, podemos darnos cuenta de que la universidad puede verse no solo como un apoyo al sector productivo, sino como el comienzo mismo de la cadena productiva, ya que es la generación del conocimiento el punto de partida, por lo tanto, hay un continuo y no un corte entre la conclusión de la universidad y el ingreso al mundo laboral o el emprendimiento mismo.

Las grandes potencias globales tienen tanta claridad en ello que ubican sus polos de desarrollo tecnológicos, industriales y empresariales en donde hay universidades y viceversa. Las universidades se fundan donde hay industria y desarrollo, sabiendo que la interacción entre ambos conforma un círculo virtuoso.

Bajo esta óptica, ese millón de pesos invertido estratégicamente en algún elemento clave de la Educación Superior, como puede ser, creación de nuevos programas de formación profesional, fomento de la investigación, generación de patentes, adopción y transferencia de tecnología de punta, impulso a la innovación educativa, ampliación de la cobertura educativa con calidad, experiencias de internacionalización, proyectos de especialización, ampliación de infraestructura, etcétera. Tendrá un impacto multiplicador que difícilmente podríamos identificar su término, particularmente porque más allá del impacto sobre la generación de riqueza o retribución que tienen las personas con estudios universitarios en nuestro país, que son cerca del 22% según la OCDE, la educación mejora aspectos no económicos de las personas.

Diversos estudiosos del tema señalan que a mayor formación, mayor será la satisfacción de las personas con el trabajo que realizan, que a mayor educación, la toma de decisiones es más atinada en relación con el estilo de vida, la funcionalidad de la estructura familiar y la búsqueda del bien común. Una persona que vive con mayor calidad de vida, contribuye con mayor nivel de impuestos a su sociedad y por ello genera un mayor bienestar social.

En conclusión, la inversión en educación debe ser prioritaria para toda sociedad que aspire a generar un mayor bienestar social, buscando que las políticas públicas aseguren mejorar la inversión en la educación, pasando del asistencialismo a la inversión eficiente y nos permita hacer frente a los retos que se enfrenta nuestro sistema educativo y comprendiendo que desde diversas trincheras todos podemos encontrar formas de invertir en la educación, comprendiendo que es trabajo de todos, por el beneficio de todos.

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