Los días de Todos los Santos y Fieles Difuntos representan una fecha emblemática para los mexicanos que habitan el centro y sur del país: en estados como el de México, Michoacán, Morelos, Puebla y Oaxaca, así como en la Ciudad de México, estas fechas representan el centro de las actividades sociales, culturales, recreativas y económicas, pues miles de personas dedican su talento, atención y trabajo a prepararse para las celebraciones.
Con semanas de anticipación, los campos se visten con los intensos colores de las flores de cempasúchil, nube y cresta de gallo; los artesanos elaboran papel picado, dulces de azúcar, muertitos de barro y un sinfín de curiosidades que adornarán altares y panteones. Los panaderos dejan de hacer los infinitos productos que deleitan a los mexicanos y se dedican casi exclusivamente a elaborar pan de muerto, uno de los productos de mayor demanda en la temporada. Los mercados y tianguis ponen al alcance de las familias los frutos y flores de otoño, así como los ingredientes necesarios para elaborar los manjares que se ofrendan a las ánimas y que disfrutarán los vivos durante varias jornadas.
La industria popular de cera, tequila, mezcal, los productores y vendedores de copal, incensarios, floreros, vajillas de cerámica, cazuelas, sombreros, rebozos, accesorios tradicionales, máscaras y hasta los que tienen la habilidad para decorar el rostro de la gente para representar calacas y catrinas de la muerte, hacen su agosto en pleno octubre… la economía de abajo encuentra un escenario propicio para su activación para el regocijo popular.
Las fórmulas del comercio justo y la responsabilidad económica se hacen presentes en las celebraciones de Día de Muertos al propiciar el consumo y venta de productos que elaboran familias de escasos recursos, la gente del campo, los creadores anónimos del arte popular, los que viven cotidianamente de acuerdo con las tradiciones y las costumbres ancestrales de nuestros pueblos. Por eso, toda forma de apropiación de estas fiestas mediante canales de comercialización masivos, que fomenta la venta de productos industriales importados de Asia, sustituyendo los símbolos culturales del México genuino con brujas, arañas y fantasmas anglosajones, es un fenómeno sobre el que vale la pena reflexionar.
Es notable el revuelo que dos películas de enorme éxito en taquilla han causado a nivel mundial: Spectre primero y Coco después, mostraron al mundo una celebración de contrastes: carnavalesca e íntima, cómica y trágica, de lágrimas y risas, fórmulas de convivencia que solo un corazón mexicano puede interpretar en su dimensión emocional. Por eso su contenido y ritos se recrean y transforman, recogiendo expresiones nuevas y creando escenarios fantásticos, teatrales, desbordados, contaminándose de Halloween, payasos macabros y guasones, que sin quitarse el disfraz comen mole y beben pulque sin chistar. Ojalá y el gasto de esta temporada beneficie sobre todo a los que menos tienen, que suelen ser quienes mejor resguardan nuestra herencia cultural.
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